miércoles, 13 de enero de 2016

EL BIEN Y EL MAL: ¿DOS FUERZAS QUE SE COMPLEMENTAN? (Parte 1)



Desde que el hombre aparece sobre la faz de la tierra, también se hacen presentes el bien y el mal. Pareciera que uno no existe sin el otro. Sabemos que algo es bueno cuando lo confrontamos o lo comparamos con algo que es lo opuesto.
Todas las religiones tienen como base de su sustentación, aplaudir el bien y rechazar el mal. Los problemas se presentan cuando lo que es bueno para una religión, es malo para otra. Allí se impone el dogmatismo, surge el “lavado de cerebro”, las mentiras piadosas, las cosas inexplicables, etc.
Así observamos como el cristianismo católico nos dice con otras palabras en el libro del génesis, que el pecado (mal) aparece cuando Adán y Eva desobedecen las órdenes dadas por el padre creador y comen de la fruta prohibida en el jardín del Edén.
¿Fallo el Todo poderoso en el diseño de la pareja que inauguró el Paraíso? ¿Por qué no los dotó de la inteligencia necesaria, para que pudieran distinguir entre el bien y el mal y no se portaran díscolos, rebeldes o desobedientes?. ¿No fueron hechos a su imagen y semejanza?.
Sin embargo surge cierta suspicacia y duda, pues Dios todo lo sabe, lo que piensas, lo que vas a decir, para el no hay imposibles, por eso es Dios. ¿Sera entonces que Dios sabía que eso iba a suceder? Esto nos lleva a pensar que todo eso forma parte de un plan maestro, que cada religión interpreta y disfraza a su manera.
De ser así era un mal necesario. ¿Existe el bien para equilibrar el mal y/o viceversa?. La discusión se haría interminable y cada quien trataría de imponer sus razones según sus intereses y convicciones.
Este preámbulo viene al caso, pues trataremos en estas notas de un mal (pecado) la lujuria. Esta se define como el apetito desordenado del goce sexual, que muchas veces conduce a enfermedades y desequilibrios.
De hecho el creador les dio tanto a Adán como a Eva, el privilegio del goce sexual. También observamos que no fueron nada perezosos. Inclusive más adelante en el mismo libro génesis, el señor les dice en otras palabras que debían crecer y multiplicarse ¿Y cómo lo iban a hacer sin llegar “a comer de la fruta prohibida”?. Algo un poco difícil de llevar a cabo en ese tiempo.
Adán y Eva se ubican en el inicio de la creación del mundo (según la visión católica) y no hay en esa época donante de esperma, vientre sustituto o clonación, por cierto cuestiones rechazadas por el catolicismo actual.
Por otra parte dice la Biblia que Adán y Eva tuvieron tres hijos: Caín, Abel y Set. Supuestamente Caín era el hermano malo y mato al bueno de Abel. Cuantas incongruencias, pues de ser así casi toda la raza humana es descendiente del malo de Caín. Eso me lo tienen que explicar despacio.
Dejamos por un rato la Biblia y nos vamos al Oráculo de Ifà y observamos que en el ordun Ogbe Yekun, hay una historia que dice así: “En una tierra no muy lejana vivía un hombre que no perdía oportunidad de obtener la mujer que le gustara. El personaje tenía su mujer pero al mismo tiempo deseaba otras. Estaba tocado por el pecado (mal) de la lujuria.
A este lujurioso no le importaba si su mujer se enteraba o no de sus andanzas. Las múltiples aventuras en las que estuvo envuelto, lo llevo a darle mala vida a su pareja, cuyo ángel de la guarda era Obba.
La mujer cansada de tantas humillaciones le dio la queja a su ángel tutelar, quien es la guardiana de los matrimonios, de la estabilidad de la pareja y el hombre comenzó a sufrir eventos extraños.
Cierta noche de parranda se va a la cama con una obini que le gustaba y en su frenesí erótico él cuenta que la mujer se le transformo en una anciana decrepita que se burlaba de él. No le quedó otra opción que huir despavorido y aun así no daba crédito a lo ocurrido.
Poco después le cuenta a un amigo lo que le sucedió y este le pregunta que como era la mujer. Este la describe como una anciana de noventa años y el amigo le contesta que esos datos coinciden con una mujer del pueblo, que vivió más o menos hasta esa edad y que murió hace muchos años. El marido le fue infiel. A ella la llamaban la vengadora.
Dicen los ancianos que la conocieron que ella juro antes de morir, que cobraría venganza con todo hombre que le hiciera a su mujer, lo que su marido le hizo a ella. No se sabe si el hombre agarro miedo, lo que si es cierto es que no volteo a ver a ninguna otra mujer, que no fuera la suya.
Muchos en el pueblo se asombraron de su cambio y la mayoría pensó que la mujer le había hecho un amarre. Otros sonreían porque recordaban la historia de la vengadora, que siguió cumpliendo su promesa. Moraleja: la lujuria como toda cosa en exceso, nunca termina bien. Excepto esta.
Hay otra historia donde también se manifiesta la lujuria y es en el signo Ogbe Weñe. El pataqui dice: “Orula lloraba por tener mujer, entonces se vio este ifà e hizo ebbò con adié meyi dun dun y una cesta de maníes. Realizo el ebbô y después sembró algunos maníes.
Cuando la siembra estaba en forma de ser recogida, noto que alguien trataba de robarlos y se puso a vigilar la siembra. Un día vio a dos jovencitas que estaban escarbando el sembradío y las sorprendió. Ellas le rogaron que las perdonara y que no las tomaran como ladronas.
Orula les dijo está bien las voy a perdonar, pero con la condición que vuelvan a robarlo, pues este maní lo sembré por mandato de Ifà, para poder conseguir una mujer y casarme con ella. Ellas le contestaron: si es verdad que usted nos perdona preferimos unirnos con usted, antes que ser reseñadas como ladronas.
Ante tal situación Orula se quedó viviendo con las dos jovencitas”. Alguien podría alegar que el pecado de la lujuria no tapa la violación de uno de los mandamientos del cristianismo y del Oráculo de Ifà o preceptos del judaísmo e islamismo: no robarás.
Sin embargo haciendo el papel de abogado del diablo, si Orula no procedía así, habría caído en el pecado social (según disposición del Vaticano) que dice: “No provocaras injusticia social”.
Habría sido injusto si solo desposa a una de las jovencitas, porque las dos cometieron el mismo delito. Además ellas lo quisieron así. Dice una máxima jurídica: “a confesión de parte, relevo de pruebas”.

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